Cuando una familia llega a un tribunal de familia es porque, claramente, llegó en un momento de crisis.
Lo primero que le decimos a nuestras clientes al momento de enfrentar un proceso de esas características es que es mejor agotar los recursos previos a un tribunal, porque cuando se toma la decisión de judicializar, ya todos pierden. Se pierde energía, tiempo, recursos, confianza; se deterioran aún más las relaciones entre los adultos, y si hay niños o niñas en esa familia, estos también se ven afectados, siendo así una pérdida para la familia en su totalidad. En estos casos, como se dice entre los abogados, “más vale un mal acuerdo que un buen juicio”, pese a que estamos convencidas que siempre un acuerdo será mejor que cualquier juicio en estas materias.
Entendiendo esto, algunas veces no queda otra salida que la judicialización para la solución de ciertos conflictos. Y, cuando esto pasa, creemos que es importante relevar la responsabilidad que tenemos los abogados y abogadas, que tramitamos en causas de familia, principalmente en dos puntos fundamentales: la claridad de informar a nuestras clientas o clientes sobre lo que implica el proceso judicial, así como las estrategias que se van a utilizar; y los costos emocionales que esto puede traer.
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